Para captar la belleza de la luz reflejada en sus paisajes al óleo, Armand Cabrera trabaja con un principio clave: «La luz reflejada nunca es tan intensa como su luz de origen». Y afirma: «La luz reflejada pertenece a la sombra y, como tal, debe apoyar a las zonas iluminadas de tu pintura y no competir con ellas».

En la Biblia, tenemos una perspectiva similar en cuanto a Jesús como «la luz de los hombres» (Juan 1:4). Juan el Bautista «vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él» (v. 7). El Evangelista nos dice: «[Juan] no era él la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz» (v. 8 RVC).

Al igual que con Juan, Dios nos elige para reflejar la luz de Cristo a aquellos que viven en las sombras de un mundo incrédulo. Esta es nuestra función, tal vez porque los incrédulos no pueden soportar la gloria plena y resplandeciente de su luz en forma directa.

Cabrera enseña que «cualquier cosa sobre la cual luz cae directa en una escena se transforma a su vez en fuente de luz». De manera similar, con Jesús como «aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre» (v. 9), podemos brillar como testigos. Cuando lo reflejamos, que el mundo quede maravillado al ver su gloria a través de nosotros.

De: Patricia Raybón