Comencé a leerles la Biblia a mis hijos cuando el menor, Xavier, empezó el jardín de infantes. Buscaba momentos apropiados y compartía versículos que se aplicaban a las circunstancias, y los alentaba a orar conmigo. Xavier los memorizaba fácilmente, y si nos encontrábamos en una situación en que necesitábamos sabiduría, citaba aquellos que arrojaban luz sobre la verdad de Dios.

Un día, me enojé y le hablé con dureza. Mi hijo encogió los hombros y dijo: «Practica lo que predicas, mamá».

Su recordatorio evoca el sabio consejo de Santiago a los judíos creyentes en Jesús dispersos en diversas naciones (Santiago 1:1). Señalando las maneras en que el pecado puede interferir para testificar de Cristo, los alienta diciendo: «recibid con mansedumbre la palabra implantada» (v. 21). Al oír y no obedecer las Escrituras, somos como los que se miran al espejo y luego olvidan cómo son (vv. 23-24): portadores de la imagen de Dios.

A quienes creemos en Cristo se nos ordena compartir el evangelio. El Espíritu Santo nos transforma y capacita para representar mejor al Señor y ser mensajeros idóneos de la buena noticia. Cuando nuestra obediencia por amor nos ayuda a reflejar la verdad de Dios, podemos hablarles a otros de Jesús, practicando lo que predicamos.

De: Xochitl Dixon