Darío notó que su hijo no quería quitarse la camiseta para nadar y se dio cuenta de que era porque le daba vergüenza una marca de nacimiento que cubría parte de su pecho, vientre y brazo izquierdo. Deseoso de ayudarlo, decidió atravesar un largo y doloroso proceso de tatuaje para crear una marca idéntica en su propio cuerpo.
El amor de Darío por su hijo refleja el de Dios por sus hijos. Como nosotros, sus hijos, tenemos «carne y sangre», Jesús tomó forma humana y «participó de lo mismo» para liberarnos del poder de la muerte (Hebreos 2:14). «Debía ser en todo semejante a sus hermanos» (v. 17) para recomponer por nosotros las cosas con Dios.
Darío quería ayudar a su hijo a superar su vergüenza, y por eso se hizo como él. Jesús nos ayudó a vencer nuestro problema muchísimo mayor: la esclavitud a la muerte. Él la derrotó por nosotros al hacerse como nosotros, cargando nuestro pecado al morir en nuestro lugar.
La voluntad de Jesús a compartir nuestra humanidad no solo nos asegura una relación correcta con Dios, sino que también nos capacita para confiar y descansar en Él en momentos de lucha, al enfrentar tentaciones y dificultades, y para hallar fortaleza y respaldo, porque «es poderoso» (v. 18). Él entiende y se interesa por nosotros.
De: Kirsten Holmberg