En 1373, Juliana de Norwich, de 30 años, se enfermó y casi muere. Mientras su pastor oraba por ella, Juliana experimentó varias visiones de la crucifixión de Jesús. Después de recobrar milagrosamente la salud, pasó los siguientes 20 años viviendo sola en una habitación lateral de la iglesia, orando y pensando en aquella experiencia. Llegó a la conclusión de que el sacrificio de Cristo es la manifestación suprema del amor de Dios.

Las revelaciones de Juliana son famosas, pero lo que la gente suele olvidar es el tiempo y el esfuerzo que ella dedicó a descifrar en oración lo que Dios le había revelado, después de pedirle su sabiduría y su ayuda.

Así como lo hizo con Juliana, Dios se revela a su pueblo; por ejemplo, a través de las palabras de la Biblia, de su voz suave y apacible, del estribillo de un himno o incluso de la conciencia de su presencia. Cuando esto sucede, podemos buscar su sabiduría y su ayuda. Esta sabiduría fue lo que el rey Salomón instó a su hijo a buscar, animándolo a estar atento a la sabiduría y a inclinar el corazón a la prudencia (Proverbios 2:2).

Dios promete darnos discernimiento y comprensión. A medida que crecemos en el conocimiento de su carácter y sus caminos, podemos honrarlo y entenderlo mejor.

De: Amy Boucher Pye