En su libro La condición humana, Thomas Keating cuenta la historia de un maestro que, después de perder la llave de su casa, está de rodillas buscándola en el césped. Cuando sus discípulos lo ven, lo ayudan, pero sin éxito. Por fin, uno pregunta: «Maestro, ¿tiene alguna idea de dónde perdió la llave?». El maestro responde: «Por supuesto. La perdí en la casa». Cuando ellos exclaman: «Entonces ¿por qué estamos buscando aquí?», él responde: «¿No es acaso evidente? Aquí hay más luz».
Hemos perdido la llave «a la intimidad con Dios, la experiencia de la presencia amorosa de Dios», concluye Keating. «Sin esa experiencia, nada funciona realmente; con ella, casi todo funciona».
Qué fácil es olvidar que, incluso en los altibajos de la vida, Dios sigue siendo la llave a nuestros anhelos más profundos. Cuando dejamos de buscar en los lugares equivocados, Dios está allí, dispuesto a mostrarnos el verdadero descanso. En Mateo 11, Jesús alaba al Padre por no revelar sus caminos a «los sabios y […] los entendidos», sino «a los niños» (v. 25). Después, invita a «todos los que [están] trabajados y cargados» (v. 28) a acudir a Él en busca de descanso.
Podemos encontrar descanso al aprender de nuestro Maestro, el cual es «manso y humilde de corazón» (v. 29).