Una canción publicitaria de la década de 1970 inspiró a toda una generación. Creada como parte de una campaña de Coca Cola, un grupo británico llamado The New Seekers terminó cantando la canción completa que tuvo mucho éxito. Pero muchos no olvidarán jamás la versión original de televisión cantada por jóvenes en la cima de una colina en las afueras de Roma. Por más inocente que fuera, con imágenes de abejas y árboles frutales, nos identificábamos con el deseo del compositor de enseñarle al mundo a cantar con el corazón y la armonía del amor.

El apóstol Juan describe algo como aquel sueño idealizado, solo que mucho más grande. Contempló una canción entonada por «todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y […] todas las cosas que en ellos hay» (Apocalipsis 5:13). Esto no tiene nada de fantástico. Nada podría ser más realista que el precio que pagó Aquel a quien se le está cantando. Tampoco podría haber nada más nefasto que las visiones de guerra, muerte y consecuencia que su sacrificio de amor tendría que superar.

Sin embargo, eso fue lo que el Cordero de Dios hizo para cargar con nuestro pecado, vencer la muerte, y enseñarle a todo el cielo y la tierra a cantar en perfecta armonía.