En 1717, una tormenta devastadora azotó durante días el norte de Europa, provocando grandes inundaciones. Murieron miles de personas. La historia revela una respuesta interesante y usual (para esa época) de las autoridades de la ciudad holandesa de Groningen, al convocar a un «día de oración» frente a la catástrofe. Un historiador registra que los ciudadanos se reunieron en iglesias y «escucharon sermones, cantaron salmos y oraron durante horas».
El profeta Joel describe una catástrofe abrumadora que enfrentó el pueblo de Judá y que también llevó a orar. Un enorme enjambre de langostas había cubierto la tierra y «asoló [su] vid, y descortezó [su] higuera» (Joel 1:7). Directa e indirectamente, el pueblo del norte de Europa y Judá experimentaron catástrofes generadas por el pecado y este mundo caído (Génesis 3:17-19; Romanos 8:20-22). Pero también descubrieron que esas situaciones los llevaron a buscar y clamar a Dios en oración (Joel 1:19). Como dijo Dios: «Por eso pues, ahora, […] convertíos a mí con todo vuestro corazón» (2:12).
Cuando enfrentamos dificultades y catástrofes, volvamos a Dios… quizá con angustia, quizá con arrepentimiento. «Clemente» y «grande en misericordia», Él nos acerca a su lado, proveyendo el consuelo y la ayuda que necesitamos (v. 13).