Lacey Scott estaba en la tienda de mascotas cuando un pez triste en el fondo de la pecera le llamó la atención. Tenía las escamas negras y lesiones en todo el cuerpo. Lacey rescató al pez de diez años, y lo llamó «Monstruo» —por la ballena del cuento Pinocho— y lo puso en una pecera «hospital». Lentamente, Monstruo mejoró, empezó a nadar y creció. Sus escamas negras se volvieron doradas. Por el cuidado diligente de Lacey, ¡Monstruo fue hecho nuevo!
En Lucas 10, Jesús relata la historia de un viajero que fue golpeado, robado y dejado por muerto. Un sacerdote y un levita pasaron por allí, pero lo ignoraron. Sin embargo, un samaritano, miembro de un grupo despreciado, lo cuidó, pagando incluso lo que el hombre necesitó (Lucas 10:33-35). Declarando al samaritano como el verdadero «prójimo» en la historia, Jesús alentó a sus oyentes a hacer lo mismo.
Lo que Lacey hizo por el pez moribundo, nosotros podemos hacer por los necesitados. «Prójimos» sin casa, desempleados, discapacitados y solos yacen a nuestro paso. Que su tristeza capte nuestra atención y nos impulse a responder como un buen vecino. Un cordial saludo; una comida compartida; un poco de dinero deslizado en la mano. ¿Cómo podría Dios utilizarnos para ofrecer su amor renovador a otros?
De: Elisa Morgan