Cuando tenía siete años, a Thomas Edison no le gustaba la escuela y le iba mal. Un día, un maestro incluso dijo que estaba mentalmente confundido. Al día siguiente, después de hablar con ese maestro, su mamá, también educadora, decidió enseñarle en casa. Con el amor y el aliento de su madre (además del genio dado por Dios), Thomas llegó a ser un gran inventor. Más tarde, escribió: «Mi madre fue mi formadora. Era tan sincera, tan segura de mí; y yo sentía que tenía a alguien por quien vivir, alguien a quien no debía decepcionar».

En Hechos 15, leemos que Bernabé y Pablo sirvieron juntos como misioneros hasta que tuvieron un desacuerdo sobre llevar a Juan Marcos con ellos. Pablo se oponía porque «se había apartado de ellos desde Panfilia» (vv. 36-38). Como resultado, Pablo y Bernabé se separaron. Pablo llevó a Silas y Bernabé llevó a Marcos. Bernabé estuvo dispuesto a darle a Marcos una segunda oportunidad, y eso contribuyó a que este pudiera servir y triunfar como misionero. Luego, Marcos escribió el Evangelio que lleva su nombre, e incluso fue un consuelo para Pablo cuando este estuvo preso.

Muchos podemos mirar atrás e identificar a alguien que nos alentó y ayudó. Quizá Dios te esté llamando a hacer lo mismo por otra persona allegada. ¿A quién podrías animar?

De: Alyson Kieda