Después de que Gabriel, de ocho años, fue operado para extraerle un tumor cerebral, le quedó una cicatriz notoria al costado de la cabeza. Cuando el muchacho dijo que se sentía un monstruo, su padre tuvo una idea: se hizo un tatuaje al costado de la cabeza, igual a la cicatriz de su hijo, para demostrar cuánto lo amaba.
Según el salmista, esta es la clase de amor compasivo que Dios tiene por sus hijos (Salmo 103:13). Con una metáfora de la vida humana, David ilustra el amor de Dios. Dice que es tan tierno como el de un buen padre que cuida de sus hijos (v. 17). Así como un padre humano muestra compasión por sus hijos, del mismo modo, Dios, nuestro Padre celestial, muestra amor, empatía y cuidado hacia los que le temen.
Cuando somos débiles y sentimos que no nos aman debido a las cicatrices de la vida, recibamos por fe el amor de nuestro Padre celestial. Él demostró su compasión al enviar a su Hijo a poner «su vida por nosotros» (1 Juan 3:16) para nuestra salvación. Mediante este acto, no solo podemos experimentar el amor de Dios, sino mirar a la cruz y verlo. ¿No te alegra que tengamos un Sumo Sacerdote que «pueda compadecerse de nuestras debilidades» (Hebreos 4:15)? Él tiene las cicatrices que lo prueban.
De: Marvin Williams