En 1917, Frederick Lehman, un empresario atormentado por reveses económicos, escribió la letra del himno «Oh amor de Dios». Su inspiración lo llevó a escribir rápidamente las primeras dos estrofas, pero quedó atascado en la tercera. Entonces, recordó un poema que se había descubierto grabado en las paredes de una prisión y que expresaba una profunda conciencia del amor de Dios. El poema tenía justo la misma métrica que su himno, así que lo convirtió en la tercera estrofa.

A veces, experimentamos contratiempos difíciles como Lehman y el poeta en la cárcel. Hacemos bien en recordar las palabras del salmista, confiar en Dios y ampararnos «en la sombra de [sus] alas» (Salmo 57:1). Está bien clamar a Dios y expresarle nuestros problemas (v. 2), hablarle de nuestras pruebas y del temor que nos produce sentirnos «entre leones» (v. 4). Enseguida se nos recuerda la realidad de la provisión de Dios en el pasado, y podemos unirnos a David, que declara: «Cantaré, y trovaré salmos […]. Me levantaré de mañana» (vv. 7-8).

«¡Oh amor de Dios! Su inmensidad, el hombre no podría contar», proclama el himno. Precisamente, en nuestros momentos de mayor necesidad, debemos abrazar la grandeza del amor de Dios, tan grande que «es hasta los cielos» (v. 10).

De: Kenneth Petersen