Después de otra semana de verme sacudida por más reveses médicos, me hundí en el sofá. No quería pensar en nada. No quería hablar con nadie. Ni siquiera podía orar. El desánimo y las dudas me agobiaban cuando encendí el televisor. Comencé a mirar una publicidad que mostró a una niña que le habló a su hermanito. «Eres un campeón», le dijo. Mientras ella seguía alentándolo, la sonrisa de él fue creciendo… y la mía también.

El pueblo de Dios siempre ha luchado con el desánimo y las dudas. Citando el Salmo 95, que afirma que la voz de Dios puede ser oída, el escritor de Hebreos advertía a los creyentes en Jesús para evitar los errores cometidos por los israelitas durante su peregrinación en el desierto (Hebreos 3:7-11). Y dijo: «Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día» (vv. 12-13).

Cuando nuestra esperanza está afirmada en Cristo, podemos experimentar el potente combustible que necesitamos para perseverar: el aliento mutuo en la comunión de los creyentes (v. 13). Cuando un creyente duda, otros pueden alentarlo y apoyarlo. Y con el poder de Dios, exhortarse unos a otros.

De: Xóchitl Dixon