La joven no podia dormir. Por padecer una discapacidad física, al día siguiente estaría en el centro de una venta benéfica en la iglesia para recibir donaciones para sus estudios universitarios. Pero no soy digna, razonaba Charlotte Elliott. Mientras daba vueltas en su cama, cuestionaba cada aspecto de su vida espiritual. Por la mañana, aún inquieta, tomó un papel y una pluma para escribir las palabras del ahora clásico himno «Tal como soy».
Tal como soy, sin más decir, / que a otro yo no puedo ir, / Y tú me invitas a venir; / bendito Cristo, vengo a ti.
Sus palabras, escritas en 1835, expresan cómo Jesús llamó a sus discípulos a venir y servirle. No porque estuvieran listos, sino porque Él los autorizó… tal como eran. Su heterogéneo equipo de doce incluyó a un recaudador de impuestos, un fanático, dos hermanos demasiado ambiciosos (ver Marcos 10:35-37), ya Judas Iscariote, «el que lo traicionó» (Mateo 10:4 NVI). Aun así, les dio autoridad para «[sanar] enfermos, [limpiar] leprosos, [resucitar] muertos, [echar] fuera demonios» (v. 8); todo esto sin llevar dinero, equipaje, ropa extra ni sandalias, y ni siquiera un cayado (vv. 9-10).
«Yo os envío», dijo (v. 16), y Él fue suficiente. Para todos los que le décimos que sí, Él aún lo es.
De: Patricia Raybón