Todo esto se evitaría si estableciéramos una relación que nos permitiera expresar lo que sentimos, y que la otra persona asumiera su responsabilidad y se disculpara.

Muchas veces, en el matrimonio, las peleas surgen no necesariamente por las diferencias entre ambos, sino porque no han sido capaces de cerrar las heridas disculpándose y pidiendo perdón como corresponde. Esto hace que ambos estén reaccionando con enojo. En ocasiones, he escuchado a las esposas decir: «Me subestima, me humilla y, luego, quiere que sea cariñosa con él». Ellos han dicho: «Ella me trata como si fuera un niño y quiere controlar todo lo que hago. No quiero tener una mamá en casa». Cuando no detenemos este tipo de trato, la herida crece y lo que hacemos es reaccionar erróneamente. Ambos están lastimados, enojados y están errando en el trato con el otro. Al no reconocer que están lastimando a su cónyuge, no piden perdón.

Todo se resolvería si valientemente piden perdón el uno al otro y determinaran tratarse con respeto y consideración, desechando las formas en que expresan disgusto y haciendo a un lado castigar a los demás con el silencio, la indiferencia y la distancia. Toda relación se torna saludable y crece cuando ambos están dispuestos a disculparse.

El perdón es sincero cuando admite la responsabilidad de su comportamiento y trata de restituir la falta cometida. Esto requiere humildad y madurez. Pedir perdón tiene el poder de sanar heridas y nos quita un peso de encima.