Sin embargo, en la actualidad la dinámica del día a día hace que el tiempo compartido y las conversaciones entre los miembros del hogar sean cada vez más escasas. Se vive con agendas muy saturadas, con horarios muy diversos, con ritmos muy acelerados y agotadores y, como resultado, los momentos para dialogar, para intercambiar opiniones, para sentirse cerca son prácticamente muy reducidos.
Pero es indispensable hacer una pausa. Tomar consciencia de que es fundamental para el bienestar y la salud familiar tomar tiempo para compartir y conversar. Los miembros del hogar deben ajustar sus agendas y, al menos, coincidir en uno de los tiempos de comida. Esta decisión puede representar cambios fundamentales en la dinámica familiar.
La mesa no es solo el sitio donde se come cotidianamente. Gran parte de los aprendizajes básicos, de los diálogos más íntimos, del desarrollo afectivo y emocional más constante, han tenido lugar alrededor de la mesa familiar.
En la niñez la mesa es el lugar donde se aprende a comer, pero, en ese proceso, se incorporan también hábitos y costumbres, se adquieren valores y fundamentos espirituales, se obtienen afirmaciones afectivas y emocionales, se adquieren las habilidades para conversar en familia con respeto y atención.
Muchas veces la mesa fue el lugar donde se iniciaron las actividades educativas en la infancia: las primeras informaciones y los primeros pensamientos; donde se aprendió a recortar, a pintar, a escribir, donde se realizaban las tareas escolares…
Por supuesto que a muchos llega a la memoria las visitas a los abuelos. Las comidas exquisitas, las recetas inolvidables y las conversaciones animadas de sobremesa. Cuántas palabras de amor, de ánimo, de esperanza y complicidad de los abuelos se expresaron en ese incomparable lugar de encuentro y tertulia.
En la adolescencia y juventud, la mesa del hogar también ha sido escenario de conversaciones relevantes, de transmisión de normas y aplicación de disciplina, de compartir temores, preocupaciones y angustias, o bien de buenas noticias, de decisiones importantes y de anuncios significativos.
En la vida adulta, la mesa continúa siendo un lugar predilecto para convocar pequeñas conversaciones o grandes actividades familiares. No es casual, en consecuencia, que muchos recuerdos y anécdotas se evoquen alrededor de la mesa del hogar.
Diversos estudios e investigaciones realizadas por especialistas europeos, entre ellos de la organización internacional The Family Watch, señalan que las familias deberían realizar los ajustes necesarios en sus labores, estudios y agendas en general, para lograr coincidir al menos en uno de los turnos de comida diarios. Si esto no es posible, entonces procurar que los miembros del hogar compartan unas tres veces por semana. Esta práctica puede prevenir gran cantidad de problemas asociados con la violencia, las adicciones, los embarazos precoces y las afectaciones afectivas y emocionales.
Muchas cosas buenas suceden alrededor de la mesa familiar. En esos momentos distendidos y casuales, los miembros de la familia intercambian información muy valiosa, se aconsejan, se reafirman con amor y comprensión. La sobremesa es fundamental, por eso se debe tomar un tiempo para compartir los alimentos, sin apuro ni presión. No es fácil, es cierto, en tiempos donde todo alrededor empuja hacia múltiples ocupaciones y poco tiempo disponible.
Las familias modernas deben tomar decisiones para que la mesa siga siendo ese lugar indispensable de convocatoria y de diálogo entre la pareja y entre padres e hijos. Desde esta perspectiva, hay quienes aseguran que no es exagerado afirmar que una familia con una dinámica saludable y funcional puede medirse a partir del tiempo que comparten y de la calidad y dedicación de las actividades que realizan sus miembros alrededor de la mesa de su hogar.