En efecto, a partir de la decisión de una pareja de contraer matrimonio y de construir un proyecto en común, se asume con voluntad, ilusión y compromiso, un propósito en donde ambos incluyen su perspectiva, sus valoraciones y expectativas en la nueva construcción matrimonial. Pero no se puede obviar el hecho de que cada miembro del nuevo matrimonio, es el resultado de una experiencia de vida, de un sistema de relaciones familiares de donde proviene, de hábitos y costumbres de crianza, y esta realidad debe ser asumida con realismo, respeto, admiración y bondad.

Habrá cosas que cada uno traerá de su realidad personal y familiar a la nueva convivencia, y por supuesto que habrá cosas que deberán quedarse en las respectivas familias de origen. Pero esto debe ser un proceso responsable, armonioso, respetuoso y amoroso. Nunca debe ser planteado mediante la confrontación, la descalificación, el irrespeto, la presión o la imposición.
Con las familias de origen de cada uno debe aplicarse el sabio consejo de mantener “una relación necesaria, con una distancia saludable”. Es decir, en las relaciones con las familias de origen, propia y la de nuestro cónyuge, debe existir una cercanía que posibilite el mantener el contacto amoroso, el apoyo indispensable, la información que brinde tranquilidad; pero con la distancia que resguarde la privacidad de la pareja, la libertad en la toma de decisiones, el no involucramiento excesivo, las interrupciones innecesarias y la afectación de los espacios de la nueva familia.

Como es habitual en las relaciones humanas, existen personas con las que cada uno puede sentirse más próximo, identificado, cómodo, con deseos de compartir, conversar, escuchar y divertirse. Por el contrario, existen personas que, por diversas razones, cada quien prefiere establecer una “distancia saludable”, no intimar mucho, compartir lo estrictamente necesario, respetando pero sin establecer un vínculo cercano y periódico con esas personas. Este aspecto, en ocasiones, trae un poco de tensión a la relación de pareja, porque puede darse el caso de que uno de los dos no desea compartir con algunos miembros de la familia de su cónyuge: el suegro, la suegra, un cuñado u otro pariente cercano. La dificultad se agrava cuando ha existido un problema específico que lesiona aún más esos vínculos. El cónyuge, por su parte, intenta infructuosamente acercar a su pareja a esos miembros de su familia, pero más bien suele haber resistencia, enojo, conflictos y resentimientos mayores.

Cuando esto sucede, es necesario encontrar caminos y dinámicas que posibiliten una distensión de las relaciones. Debe encontrarse un clima apropiado de respeto y de armonía que haga prevalecer una cordialidad inteligente y saludable, sin pretender forzar escenarios de cercanía y de convivencia más allá de lo posible y lo necesario.
Aunque lo deseable sea que cada miembro pueda edificar relaciones afectivas de colaboración y de disfrute con los miembros más cercanos de la familia de su cónyuge, lo cierto es que esos vínculos serán más cercanos con algunos miembros que con otros. En consecuencia debe procurarse un clima armonioso general, sin tener la expectativa de que la proximidad y vinculación afectiva tendrá la misma intensidad con todos.

Por otro lado, es conveniente que cada cónyuge trate de disponerse a no cultivar enojos, conflictos, distancias y resentimientos innecesarios. Eso agobia, frustra, molesta y afecta a su pareja. Aunque existan razones válidas que conduzcan a uno de los miembros a distanciarse de la familia de su cónyuge, se debe de procurar un clima de relativa armonía, con tolerancia y respeto. Cuando las dificultades en las relaciones con la familia de la pareja no son tan graves, se recomienda acompañar al cónyuge a actividades y eventos de su familia, aunque estén presentes algunos miembros con los que no se tienen una estrecha o positiva relación. Se puede estar presente con una actitud positiva, de buena voluntad, respeto y tolerancia. Pero no necesariamente esta presencia debe interpretarse como la obligación a tener que compartir e intimar con esas personas con las que se tienen algunas diferencias.

La psicóloga Mila Canue señala que son muy frecuentes los conflictos con la familia de origen de los cónyuges. Ahora bien, si las dificultades que existen entre la pareja con la familia del cónyuge son bastante serias, deben establecerse algunos acuerdos y pautas para regular las relaciones familiares. Por ejemplo, que la pareja pueda ver a su familia sin que sea obligatorio acompañarla, que se cumpla unos mínimos en fechas especiales como navidad, fin de año o cumpleaños, soltar las intromisiones de tal manera que cada uno viva “de puertas para adentro”. Hay que recordar que cuando las personas se casan, la familia prioritaria es la que se forma, no de la que se proviene, y cada uno debe marcar los límites a su propia familia, después de haberlo consensuado con su pareja.
Aunque la persona no se casa con la familia de su cónyuge, la verdad es que esta forma parte fundamental de la vida de su pareja. Cada familia reúne características muy diversas y está integrada por miembros que tendrán virtudes y defectos. Procurar establecer relaciones cercanas pero con distancias saludables con la familia de origen de nuestro cónyuge, será siempre un desafío importante cuando se ama a la pareja, siempre se debe de aspirar al establecimiento de vínculos respetuosos y armoniosos con su familia de origen. Pero no podemos obviar el hecho de que en algunos casos será necesario establecer pautas y acuerdos entre la pareja para regular relaciones con las familias de origen, de tal manera que no se afecte a la nueva familia.