Esta breve y sugestiva frase, resumía un sentir social que procuraba llamar la atención sobre la necesidad de impulsar reformas legales, políticas, económicas y culturales, que posibilitaran una mayor equidad entre hombres y mujeres en los distintos ámbitos en los que ambos se desenvuelven y relacionan, es decir, los planos sociales, laborales y familiares.

Como lo ha señalado amplia y acertadamente la destacada académica de la Universidad Austral de Argentina, Patricia Debeljuh, “…en la sociedad occidental la igualdad entre el hombre y la mujer fue considerada como el resultado de una larga lucha por los derechos de la mujer para hacer frente al sometimiento respecto al varón y lograr así acceder a la educación, al trabajo, a la vida política, etc., teniendo como objetivo último que la mujer sea valorada igualmente como el varón”.

Históricamente, las asimetrías e inequidades existentes, propias de concepciones patriarcales predominantes e inconvenientes, llevaron a una disputa por ganar poder social, procurando vulnerar la resistencia del hombre a compartirlo.

Pero lo cierto es que, desde una perspectiva tanto antropológica como de ética cristiana, las inequidades entre hombres y mujeres prevalecientes durante tantos siglos en el mundo occidental, no debieron presentarse porque, una adecuada comprensión desde ambos ángulos, debería haber llevado a entender el dual contenido de igualdad y diferenciación presentes entre el hombre y la mujer.

La profesora Debeljuh  subraya que el hombre y la mujer son iguales esencialmente por su común naturaleza humana y su dignidad de personas. Del mismo modo, varón y mujer son igualmente persona humana con los mismos derechos, pero son cada uno persona humana masculina y persona humana femenina. Ambos son iguales en su naturaleza humana, pero diferentes en cuanto a la masculinidad y la feminidad.

De esta manera, a nivel antropológico, no se puede hablar de diferencia entre varón y mujer, sino de igualdad, ya que ambos son personas, con una radical igualdad de ser. Son iguales en dignidad y derechos, pero, asimismo, con una evidente distinción entre ellos que se manifiesta en ámbitos como el biológico, el cognitivo, afectivo y sicológico. La diferencia entre hombre y mujer por su corporeidad se da desde el momento mismo de la concepción. El cuerpo del hombre y la mujer son distintos desde la formación del embrión. Ambos cuerpos se desarrollan de manera diferente y presentan especificidades propias a su naturaleza. En lo anatómico, lo fisiológico y lo morfológico, los cuerpos del hombre y la mujer son diferentes.

El cuerpo de la mujer, por ejemplo, se forma y prepara para la maravillosa capacidad de albergar una nueva vida, y es por eso que algunos autores señalan que existe esa mayor conciencia en la mujer sobre su cuerpo.
Pero también en los últimos años, la ciencia ha venido a descubrir importantes diferencias entre el cerebro masculino y el cerebro femenino. Debeljuh también manifiesta en este aspecto que “…gracias a los avances tecnológicos y al mayor conocimiento de las áreas cerebrales, se ha podido comprobar que el cerebro del varón y de la mujer trabajan de manera diferente tanto en áreas cognitivas  como de conducta y esto incluye lenguaje, memoria, emociones, visiones, procesamiento de caras, orientación espacial y audición”.

Varón y mujer tienen la misma naturaleza humana, pero la poseen de manera distinta y complementaria. De manera natural el hombre tiende a la mujer y la mujer al hombre. La concepción humana presenta de modo determinante la complementariedad entre el hombre y la mujer.  La experta Natalia López Moratalla lo expresa muy bien “…la vida no se trasmite ni en solitario ni por iguales: solo la complementariedad surgida de la diferencia sexual comporta fecundidad”.

Por eso es que biológica, antropológica y socialmente, la dualidad, la diferenciación y la complementariedad entre el hombre y la mujer, lo masculino y lo femenino, la paternidad y la maternidad proporcionan los elementos fundamentales para el bienestar, la trascendencia y el desarrollo integral de las personas y la sostenibilidad de la sociedad.

Las tareas del hogar y el cuidado de los hijos han estado tradicionalmente a cargo de las mujeres. Por diversas y complejas razones de índole económica, política y cultural, la mujer se comenzó a incorporar, desde principios del siglo XX, de manera acelerada, al mundo laboral y profesional. De esta forma, la dinámica familiar  empezó a transformarse.

El panorama actual de hombres y mujeres dedicados a la generación de ingresos ha venido exigiendo, más gradualmente, la implicación del hombre al mundo doméstico. Aunque este proceso ha sido lento, y aún el peso de las actividades del hogar continúa recayendo sobre las mujeres, lo cierto es que los hogares y la sociedad presentan poco a poco cambios significativos.

El reparto de tareas en el hogar y la atención, cuidado, crianza y educación de los hijos, ha hecho replantear la perspectiva de la paternidad. Los beneficiados: todos los implicados a nivel familiar. Los hijos porque además de contar con madres siempre dedicadas afuera y adentro del hogar, ahora cuentan con padres que también asisten a las reuniones en los centros educativos  de sus hijos, observan el cumplimiento de los deberes escolares de los menores, cambian pañales, bañan y visten a los bebés, ordenan y limpian la casa y están atentos al cuidado y al consejo afectivo que requieren sus hijos.
Las madres ya dejan paulatinamente de estar sobrecargadas y los padres disfrutan de un placentero ejercicio más integral y positivo de la paternidad.

Para que el hombre y la mujer, en su dual  y complementaria característica de igualdad y de diferenciación, puedan cumplir armoniosamente con sus funciones y tareas de esposos y padres, deben en el nuevo paradigma, adoptar medidas efectivas de conciliación trabajo y familia, así como asumir decididamente la corresponsabilidad familiar.

La memorable frase “somos diferentes, somos iguales”, hoy se logra entender mucho mejor. En las esferas familiar, laboral y social no debe prevalecer ni exclusión, ni confrontación entre hombres y mujeres. El uno y el otro deben entender la hermosa realidad de su naturaleza humana que los hace iguales en derechos y dignidad, que los hace diferentes en muchos aspectos, y que por ellos, los complementa.

El significado del hombre y la  mujer, de lo masculino y lo femenino, en el hogar y en la sociedad, está hermosamente expresado en  el diseño de Dios de la Creación de la Humanidad, en la única forma en que se puede generar vida, y en la corresponsabilidad paterna y materna que se requiere para el más efectivo cuidado, crianza y educación de los hijos.