Carlos y su esposa recorrían la tienda de artesanías, buscando un cuadro para su casa. Él pensó que había encontrado la obra justa, y llamó a Julia para que la viera. Del lado derecho estaba la palabra gracia, pero en el izquierdo había dos roturas largas. «¡Ah, está roto!», dijo ella, mientras empezaba a buscar otro. Pero él señaló: «No. Esa es la idea. Nosotros estamos rotos, y entonces aparece la gracia… se terminó el problema». Y decidieron comprarlo. Al llegar a la caja, la empleada exclamó: «¡Uy, no, está roto!». «Sí, y nosotros también», susurró Julia.
¿Qué significa ser una persona «rota»? Alguien lo definió así: una creciente conciencia de que, por más que lo intentemos, nuestra habilidad para hacer que la vida funcione empeora en lugar de mejorar. Es reconocer nuestra necesidad de Dios y de su intervención en nuestra vida.
Pablo habló de nuestra condición de rotos, diciendo que estábamos «muertos en [nuestros] delitos y pecados» (Efesios 2:1). La respuesta a nuestra necesidad de perdón y cambio aparece luego: «Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, […] nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos) (vv. 4-5)».
Cuando admitimos que estamos rotos, Dios está dispuesto a sanarnos con su gracia.
De: Anne Cetas