Con sus obvias variaciones, pareciera que algún tipo de arreglo matrimonial ha servido de base fundamental para la conformación de familias, al menos desde que el ser humano cuenta con sus actuales características, hace aproximadamente diez mil años.
En Occidente, desde sus fuentes esenciales de la ética judeo-cristiana, el pensamiento filosófico griego y el derecho romano, las sociedades se han establecido a partir de instituciones familiares que se constituyen, que encuentran su origen y su fundamento en el matrimonio.
La definición de familia y matrimonio que ha prevalecido durante milenios, desde una perspectiva del derecho natural, puede explicarse en palabras de la experta y catedrática de la Universidad de Alcalá de Henares, María Crespo Garrido: “La familia, en sí misma, está fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, donde ambos se complementan mediante un vínculo formal y estable, libremente contraído y abierto a la transmisión de la vida…”.
Paralelamente, sin embargo, esta concepción de familia ha experimentado cambios a través del tiempo y, sobre todo desde finales del siglo anterior y principios del actual, existen modalidades o tipos de familia que conviven en el panorama social con la llamada “nuclear convencional” o “familia tradicional”. Pero más allá que describir los cambios de las familias, lo importante es explicar cómo estas modificaciones han incidido en el bienestar y la salud de las familias y en la de sus miembros, principalmente en la de los menores del hogar.
En efecto, el importante estudio del profesor Fernando Pliego, de la Universidad Nacional Autónoma de México, sobre los indicadores de bienestar en las familias y sobre todo en los niños y adolescentes, comprueba la importancia de las familias con vínculos estables y dinámicas saludables, y con presencia e involucramiento responsable de la madre y del padre en las tareas de cuidado, crianza y educación de los hijos.
Con lo dicho hasta aquí, no se pretende desconocer la realidad de muchas familias que han logrado salir adelante valiente y exitosamente, a pesar de haber experimentado rupturas matrimoniales -por múltiples y complejas situaciones, en ocasiones no buscadas ni deseadas- o que se han establecido a partir del abandono de uno de los progenitores de los hijos -hogares monoparentales, a cargo principalmente de madres heroicas-. Claro que no, existen familias que a pesar de no provenir de matrimonios sólidos y formales, y de haber vivido grandes adversidades, alcanzan estados de bienestar importantes y saludables.
Pero de acuerdo con el estudio del profesor Pliego, cuando hay matrimonios estables, sólidos y saludables, existen mayores oportunidades de que las familias también lo sean. Sobre la base del vínculo conyugal se erige la construcción familiar. Entre más fuertes sean sus fundamentos, más estable, segura y funcional serán sus relaciones familiares. No se puede aspirar a familias saludables y consolidadas a partir de matrimonios o vínculos débiles, inestables y en crisis. Al final, las disputas y conflictos, las distancias y fisuras, alcanzarán a los otros miembros del hogar, trayendo consigo lesiones y afectación.
Del ejemplo de la pareja, se desprenden enseñanzas fundamentales para el resto de la familia. Un matrimonio que practique y nunca abandone las muestras afectivas, los detalles, el cariño y la ternura, estará trasmitiendo a sus hijos un mensaje de amor directo y penetrante.Cuando la pareja acostumbra a dialogar de manera fluida, intensa y respetuosa, actúa como modelo para que sus hijos igualmente se habitúen a una comunicación constante, cercana y respetuosa. La proximidad genera confianza, y los hijos la tendrán con sus padres en la medida en que la observen en el ámbito del matrimonio de sus progenitores.
Los padres inspirarán a sus hijos con un diálogo próximo y amoroso, utilizando palabras abundantes, afectivas, de afirmación y ánimo. La aplicación cotidiana de verdad, la lealtad, el compromiso, el cuidado y la honestidad en la vida conyugal son las enseñanzas más efectivas para el resto de los miembros del hogar.
En los hijos y demás miembros de la familia cercana, el buen ejemplo de un matrimonio sólido y saludable, incide favorablemente, al igual que la división, la discordia, la confrontación y el alejamiento conyugal, terminan por agrietar y hacer colapsar no solo a la pareja, sino a todo el sistema familiar.
El matrimonio, para que sea saludable, debe estar siempre fundamentado en una vigorosa y potente relación de amor. Este vínculo de amor debe ser comprendido como un sentimiento y como un ejercicio permanente de voluntad. El amor como una decisión de permanecer al lado de la persona que libremente se ha elegido y al lado de la cual voluntariamente se eligió estar, bajo el compromiso recíproco y gratificante de amar, cuidar, apoyar, respetar y serle fiel…
El matrimonio es el fundamento de la familia. Por eso es que resulta tan importante comprender su naturaleza y su relevancia para la sociedad. Tal y como lo señala Christopher Wolfe, director de política de la Universidad de Dallas: “Se debe entender el fundamento de la familia natural desde varias ópticas. Antropológicamente, es una realidad en la que un hombre y una mujer se unen para trascender. Hay un principio inequívoco de dualidad, diferenciación y complementaridad. Biológicamente, la necesaria presencia del aporte masculino y femenino para la procreación. Y sociológicamente, la relevancia de la maternidad y la paternidad para el mejor desarrollo integral y el bienestar de los hijos y el bien común de la sociedad”.
De esta forma, el matrimonio se descubre como una realidad básica y fundamental de la familia, y al serlo, por ende de la sociedad. Pero al hablar de matrimonios saludables, se debe asumir que se trata no de cualquier matrimonio, sino de aquellos que se afirman en vínculos y dinámicas fuertes, solidas, estables y funcionales. No son realidades desprovistas de problemas y dificultades. Por supuesto que no. No existen los matrimonios y las familias perfectas. Son ante todo vínculos que, en sus diferencias y dificultades, practican el diálogo sereno y respetuoso y encuentran acuerdos que resuelven las situaciones de estrés y de conflicto que se suelen presentar.
Matrimonios saludables, estables, fuertes, funcionales y sostenibles, son esenciales para aspirar a familias también saludables, estables, fuertes, funcionales y sostenibles.
En muy diversos contextos socio- culturales y geográfico-históricos, los antropólogos han encontrado evidencias contundentes de la conformación de estructuras familiares derivadas a partir de modos semejantes a lo que se puede entender en general como acuerdos matrimoniales.
Con sus obvias variaciones, pareciera que algún tipo de arreglo matrimonial ha servido de base fundamental para la conformación de familias, al menos desde que el ser humano cuenta con sus actuales características, hace aproximadamente diez mil años.
En Occidente, desde sus fuentes esenciales de la ética judeo-cristiana, el pensamiento filosófico griego y el derecho romano, las sociedades se han establecido a partir de instituciones familiares que se constituyen, que encuentran su origen y su fundamento en el matrimonio.
La definición de familia y matrimonio que ha prevalecido durante milenios, desde una perspectiva del derecho natural, puede explicarse en palabras de la experta y catedrática de la Universidad de Alcalá de Henares, María Crespo Garrido: “La familia, en sí misma, está fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, donde ambos se complementan mediante un vínculo formal y estable, libremente contraído y abierto a la transmisión de la vida…”.
Paralelamente, sin embargo, esta concepción de familia ha experimentado cambios a través del tiempo y, sobre todo desde finales del siglo anterior y principios del actual, existen modalidades o tipos de familia que conviven en el panorama social con la llamada “nuclear convencional” o “familia tradicional”. Pero más allá que describir los cambios de las familias, lo importante es explicar cómo estas modificaciones han incidido en el bienestar y la salud de las familias y en la de sus miembros, principalmente en la de los menores del hogar.
En efecto, el importante estudio del profesor Fernando Pliego, de la Universidad Nacional Autónoma de México, sobre los indicadores de bienestar en las familias y sobre todo en los niños y adolescentes, comprueba la importancia de las familias con vínculos estables y dinámicas saludables, y con presencia e involucramiento responsable de la madre y del padre en las tareas de cuidado, crianza y educación de los hijos.
Con lo dicho hasta aquí, no se pretende desconocer la realidad de muchas familias que han logrado salir adelante valiente y exitosamente, a pesar de haber experimentado rupturas matrimoniales -por múltiples y complejas situaciones, en ocasiones no buscadas ni deseadas- o que se han establecido a partir del abandono de uno de los progenitores de los hijos -hogares monoparentales, a cargo principalmente de madres heroicas-. Claro que no, existen familias que a pesar de no provenir de matrimonios sólidos y formales, y de haber vivido grandes adversidades, alcanzan estados de bienestar importantes y saludables.
Pero de acuerdo con el estudio del profesor Pliego, cuando hay matrimonios estables, sólidos y saludables, existen mayores oportunidades de que las familias también lo sean. Sobre la base del vínculo conyugal se erige la construcción familiar. Entre más fuertes sean sus fundamentos, más estable, segura y funcional serán sus relaciones familiares. No se puede aspirar a familias saludables y consolidadas a partir de matrimonios o vínculos débiles, inestables y en crisis. Al final, las disputas y conflictos, las distancias y fisuras, alcanzarán a los otros miembros del hogar, trayendo consigo lesiones y afectación.
Del ejemplo de la pareja, se desprenden enseñanzas fundamentales para el resto de la familia. Un matrimonio que practique y nunca abandone las muestras afectivas, los detalles, el cariño y la ternura, estará trasmitiendo a sus hijos un mensaje de amor directo y penetrante.Cuando la pareja acostumbra a dialogar de manera fluida, intensa y respetuosa, actúa como modelo para que sus hijos igualmente se habitúen a una comunicación constante, cercana y respetuosa. La proximidad genera confianza, y los hijos la tendrán con sus padres en la medida en que la observen en el ámbito del matrimonio de sus progenitores.
Los padres inspirarán a sus hijos con un diálogo próximo y amoroso, utilizando palabras abundantes, afectivas, de afirmación y ánimo. La aplicación cotidiana de verdad, la lealtad, el compromiso, el cuidado y la honestidad en la vida conyugal son las enseñanzas más efectivas para el resto de los miembros del hogar.
En los hijos y demás miembros de la familia cercana, el buen ejemplo de un matrimonio sólido y saludable, incide favorablemente, al igual que la división, la discordia, la confrontación y el alejamiento conyugal, terminan por agrietar y hacer colapsar no solo a la pareja, sino a todo el sistema familiar.
El matrimonio, para que sea saludable, debe estar siempre fundamentado en una vigorosa y potente relación de amor. Este vínculo de amor debe ser comprendido como un sentimiento y como un ejercicio permanente de voluntad. El amor como una decisión de permanecer al lado de la persona que libremente se ha elegido y al lado de la cual voluntariamente se eligió estar, bajo el compromiso recíproco y gratificante de amar, cuidar, apoyar, respetar y serle fiel…
El matrimonio es el fundamento de la familia. Por eso es que resulta tan importante comprender su naturaleza y su relevancia para la sociedad. Tal y como lo señala Christopher Wolfe, director de política de la Universidad de Dallas: “Se debe entender el fundamento de la familia natural desde varias ópticas. Antropológicamente, es una realidad en la que un hombre y una mujer se unen para trascender. Hay un principio inequívoco de dualidad, diferenciación y complementaridad. Biológicamente, la necesaria presencia del aporte masculino y femenino para la procreación. Y sociológicamente, la relevancia de la maternidad y la paternidad para el mejor desarrollo integral y el bienestar de los hijos y el bien común de la sociedad”.
De esta forma, el matrimonio se descubre como una realidad básica y fundamental de la familia, y al serlo, por ende de la sociedad. Pero al hablar de matrimonios saludables, se debe asumir que se trata no de cualquier matrimonio, sino de aquellos que se afirman en vínculos y dinámicas fuertes, solidas, estables y funcionales. No son realidades desprovistas de problemas y dificultades. Por supuesto que no. No existen los matrimonios y las familias perfectas. Son ante todo vínculos que, en sus diferencias y dificultades, practican el diálogo sereno y respetuoso y encuentran acuerdos que resuelven las situaciones de estrés y de conflicto que se suelen presentar.
Matrimonios saludables, estables, fuertes, funcionales y sostenibles, son esenciales para aspirar a familias también saludables, estables, fuertes, funcionales y sostenibles.