Los niños que pasan horas enganchados a los juegos electrónicos, tienden a creer que lo que la pantalla les presenta es un reflejo de cómo se comportan los adultos en la vida real, y dado que su cerebro está en proceso de formación, los niños no están en capacidad de discernir la realidad virtual, de la realidad cotidiana del día a día. La fascinación por la tecnología y la cultura del  consumismo, está llevando a muchas familias a verse inmersas en una rueda donde prima la emoción por lo novedoso, la aparición de nuevas tecnologías y la pasión por estrenar. Todo esto, provoca en los niños insensibilidad ante las cosas sencillas, cotidianas  y valiosas, como pasear, hacer deporte, leer, conversar….

Se teme que a las nuevas generaciones sólo les interese lo extraordinario, muy violento o muy sensual, donde la legítima satisfacción de los sentidos se vea suplida por la búsqueda de la sofisticación y el radicalismo emocional. Esto trae como consecuencia que los niños se vean afectados en su proceso de socialización, creencias, valores y normas, así como en la generación de conductas agresivas y violentas. Y, en definitiva, que nuestros hijos vean alterado el normal desarrollo de su naciente personalidad.
No debemos infravalorar todo lo dicho. El abuso en el uso de los juegos electrónicos, es una adicción que acaba anulando el crecimiento emocional del niño. Algunos videojuegos y programas de televisión fomentan la agresividad, la obesidad, el aislamiento, la pasividad, y no contribuyen en desarrollar la capacidad de pensar, crear e imaginar, produciendo una mentalidad de autómata regida por la ley del mínimo esfuerzo.

¿Son nuestros hijos los primeros responsables de esta situación? ¿Lo somos los padres? ¿Lo es la industria electrónica y las cifras millonarias en ventas?

La conducta de nuestros niños y adolescentes no es algo que se pueda desligar de la conducta y actitudes del conjunto de la sociedad, ya que una conducta nunca se debe interpretar como aislada del contexto social al que pertenece. Dado que el primer contexto socializador donde crece un niño, es la familia, estamos en disposición de afirmar, sin excusas, que los padres tenemos la primera y la última responsabilidad a la hora de vigilar, seleccionar y temporizar lo que ven y a lo que juegan nuestros hijos. La pérdida del liderazgo parental, donde las funciones normativas de autoridad, disciplina y respeto, brillan por su ausencia, puede producir niños, adolescentes y jóvenes desarraigados, violentos y desorientados.

Pero, ¿tienen los padres toda la culpa? Los padres tenemos la responsabilidad de educar a nuestros hijos para que ellos mismos sean capaces de desenvolverse en la sociedad que les toque vivir. Vivimos en la era de la ultramodernidad, corriente social caracterizada por la muerte de todos los ideales, valores, pautas y estilos de vida normativos, que caracterizaron la era moderna, hemos roto la baraja y vivimos en tierra de nadie. La ausencia de estructuras de autoridad, donde los niños puedan crecer con límites que les den seguridad, el poco tiempo del que disponen los padres, que llegan a casa agotados habiendo consumido en el altar laboral el 90% de su tiempo y energía, provoca que la tentadora oferta de las «niñeras electrónicas» supla lo que ninguna máquina podrá suplir jamás: tiempo de calidad con los padres y hermanos, comunicación familiar, espacios de intimidad, momentos enseñables, ocio compartido, juegos tradicionales…etc.

¿Queremos esto para nuestros hijos? ¿Vamos a permitir que se conviertan en ciberadictos?
Los padres tenemos toda la responsabilidad para no dejarnos ganar la partida por el «asalto tecnológico» a nuestros hijos. Tenemos que ponernos al día y sacar provecho de los años impresionables de la niñez para crear en ellos e inculcarles los precursores del carácter, es decir, los valores que harán de ellos hombres y mujeres de integridad: respeto, espíritu de sacrificio, sujeción a la autoridad, disciplina, etc.
Para finalizar sugerimos algunas pautas para organizar el tiempo y la dirección en que lo empleamos con nuestros hijos, librándonos de esta manera de la tentación de «la niñera electrónica»:

  • La comunicación: hablar con nuestros hijos, pasar más tiempo con ellos, no limitar nuestra comunicación al papel de correctores.
  • Potenciar la autoestima del niño: valorándolo como persona, teniendo en cuenta sus opiniones, reforzando su personalidad con frases como: «te quiero», «estoy orgulloso de ti», «eres capaz», etc.
  • Aplicar disciplina y autoridad: los niños necesitan límites y figuras claras de autoridad, su equilibrio emocional necesita de normas y reglas que les encaucen.
  • Distribución de los roles: es vital que el niño crezca asumiendo determinadas tareas en el hogar, pequeñas tareas que le vayan ayudando a entender el concepto de responsabilidad.
  • Selección de los contenidos: los padres no podemos dejar a criterio de la TV., ni de los programadores de videojuegos, la selección de lo que pueden ver nuestros hijos. Es nuestra responsabilidad discriminar los programas que pueden ver o con los que pueden jugar y explicarles el motivo. Incluso que sean ellos mismos quienes den su opinión.
  • Selección del tiempo: nuestros hijos deberían aprender que su tiempo de ocio electrónico debe estar supeditado al cumplimiento de unas responsabilidades previas (tarea escolar, responsabilidad doméstica, etc.), y que debe limitarse al tiempo que nosotros le marquemos. No podemos caer en la tentación de anular a nuestros hijos frente al televisor, ordenador o videojuego, sólo porque es más cómodo para nuestros intereses.

Que el Señor nos de mucha sabiduría en la aplicación de estos conceptos y que lo que trasmitamos y leguemos a nuestros hijos, no tenga que ver con electrónica de última generación, sino con valores y normas que les capaciten para enfrentarse bien equipados a la sociedad que les toque vivir, pues no debemos olvidar que nuestros hijos son mensajeros que enviamos a un tiempo en el cual nosotros no estaremos: ¿qué mensaje les vamos a dar?, ¿qué legado les vamos a transmitir?