A principios de la década de 1960, los estadounidenses preveían un futuro brillante. El joven presidente John F. Kennedy había presentado la Nueva Frontera, el Cuerpo de Paz y la tarea de llegar a la luna. Una economía floreciente hizo que muchos esperaran que el futuro fuera simplemente «disfrutar de la vida». Luego, se desató la guerra en Vietnam, Kennedy fue asesinado, y las normas aceptadas de esa sociedad anteriormente optimista se desmantelaron. No alcanzó con el optimismo; prevaleció la desilusión.
Pero en 1967, el teólogo Jürgen Moltmann, en Teología de la esperanza, presentó una visión más clara. El sendero no era el del optimismo sino el de la esperanza. Dos cosas distintas: el optimismo está basado en las circunstancias, pero la esperanza está arraigada en la fidelidad de Dios, sin que importe nuestra situación.
¿Cuál es la fuente de esta esperanza? Pedro escribió: «Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos» (1 Pedro 1:3). ¡Nuestro Dios conquistó la muerte por medio de su Hijo Jesús! Esta realidad nos eleva más allá del mero optimismo y nos brinda una esperanza firme y segura… cada día y en toda circunstancia.
De: Bill Crowder