Los miserables comienza con el convicto bajo libertad condicional Jean Valjean robándole artículos de plata a un sacerdote. Lo atrapan y espera ser regresado a las minas, pero el sacerdote sorprende a todos cuando declara que él se los había dado. Cuando la policía se va, mira al ladrón y le dice: «Ya no perteneces al mal sino al bien».

Tal amor extravagante apunta a aquel que brotó de la fuente de toda gracia. El día de Pentecostés, Pedro le dijo a su audiencia que, hacía menos de dos meses, en esa misma ciudad, habían crucificado a Jesús. La multitud quedó abatida, y todos preguntaron qué debían hacer. Pedro respondió: «Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados» (Hechos 2:38). Jesús había cargado el castigo que ellos merecían. Ahora, serían perdonados si ponían su fe en Él.

Ah, la ironía de la gracia. Solo podían ser perdonados por la muerte de Cristo; una muerte de la que eran responsables. ¡Qué poderoso y lleno de gracia es Dios! Usó el mayor pecado de la humanidad para lograr nuestra salvación. Si Él ya hizo eso con el pecado de crucificar a Jesús, podemos suponer que no hay nada que no pueda convertir en algo bueno: «a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien» (Romanos 8:28).

De: Mike Wittmer