«Perdón», dijo Carolina, disculpándose por llorar. Después de la muerte de su esposo, se dedicó a cuidar a sus hijos adolescentes. Cuando la iglesia ofreció llevarlos de excursión un fin de semana para entretenerlos y que ella descansara, lloró de gratitud, disculpándose una y otra vez por sus lágrimas.
¿Por qué muchos nos disculpamos por nuestras lágrimas? Simón, un fariseo, invitó a Jesús a comer. Mientras Jesús estaba a la mesa, una mujer que vivía una vida pecaminosa se acercó con un frasco de perfume, «y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume» (Lucas 7:38). Justificadamente, esta mujer expresó su amor sin reservas, desatándose el cabello y secando los pies de Jesús. Rebosante de gratitud, sumó a sus lágrimas besos perfumados; acciones que contrastaban con la frialdad del anfitrión.
¿La respuesta de Jesús? La elogió por su profusa expresión de amor y la declaró perdonada (vv. 44-48).
Quizá nos veamos tentados a retener las lágrimas de gratitud cuando amenazan aparecer, pero Dios nos hizo seres emocionales, y podemos usar nuestros sentimientos para honrarlo. Expresemos sin pedir disculpas nuestro amor al Dios bueno que suple nuestras necesidades.
De: Elisa Morgan