Después de que un cliente completó su transacción en una estación de autopago, me dirigí hacia allí y empecé a escanear mis productos. En forma inesperada, una persona visiblemente enojada me confrontó. No me había dado cuenta de que, en realidad, le tocaba el turno a ella. Al reconocer mi error, le dije con sinceridad: «Lo lamento». Me respondió (aunque con otras palabras más intensas): «¡No, no lo lamentas!».

No es agradable que te malentiendan o te juzguen mal; y cuanto más cerca estamos de aquellos a los que ofendemos y nos ofenden, más doloroso es. ¡Cómo quisiéramos que pudieran ver nuestro corazón!

La instantánea del profeta en Isaías 11:1-5 es la de un gobernante designado por Dios con sabiduría para un juicio perfecto. «No juzgará según la vista de sus ojos, ni argüirá por lo que oigan sus oídos; sino que juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra» (vv. 3-4). Esto se cumplió en la vida y el ministerio de Jesús. Aunque en nuestra pecaminosidad y debilidad, a veces nos equivocamos, podemos recibir ánimo al saber que el Dios del cielo, que todo lo ve y lo sabe, nos conoce plenamente y nos juzga bien.

De: Arthur Jackson