José, un maestro suplente de 77 años, vivió en su auto durante ocho años. En lugar de usar el dinero destinado al alquiler, José lo enviaba a muchos familiares en México, que lo necesitaban más. Temprano cada mañana, uno de los exalumnos de José lo veía hurgar en el baúl del auto. «Sentí que tenía que hacer algo al respecto», dijo el hombre. Así que organizó una recaudación de fondos y, semanas más tarde, le dio a José un cheque para ayudarlo a pagar un lugar donde vivir.

Aunque la Escritura nos enseña repetidas veces que nos cuidemos los unos a los otros, a veces es difícil ver más allá de nuestras propias preocupaciones. El profeta Zacarías reprendió a Israel porque, en vez de adorar a Dios y servir al prójimo, comían y bebían (Zacarías 7:6). Ignoraban su vida comunitaria y desestimaban la necesidad del otro. Zacarías dejó claro que el pueblo debía «[hacer] misericordia y piedad cada cual con su hermano; no [oprimir] a la viuda, al huérfano, al extranjero ni al pobre» (vv. 9-10).

Aunque es fácil dejarnos consumir por nuestras propias necesidades, la fidelidad nos llama a suplir las necesidades de los demás. En la economía divina, hay suficiente para todos. Y Dios, en su misericordia, decide usarnos para dar de esa abundancia a otros.

De: Winn Collier