Mientras leía en el tren, Meiling estaba ocupada resaltando frases y escribiendo notas al margen del libro. Sin embargo, una conversación entre una madre y su hija le llamó la atención. La mamá estaba corrigiendo a la niña por hacer garabatos en su libro de la biblioteca. Meiling guardó rápidamente su bolígrafo, porque no quería que la niña siguiera su ejemplo e ignorara las palabras de su madre. Sabía que no entendería la diferencia entre dañar un libro prestado y escribir notas en uno propio.

Las acciones de Meiling me recordaron las palabras inspiradas del apóstol Pablo en 1 Corintios 10:23-24: «Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica. Ninguno busque su propio bien, sino el del otro».

Los creyentes en Jesús en la joven iglesia de Corinto consideraban su libertad en Cristo como una oportunidad de perseguir sus propios intereses. Pero Pablo escribió que debían verla como una oportunidad para beneficiar y edificar a otros. Les enseñó que la verdadera libertad no es el derecho de hacer lo que uno quiere, sino la libertad de hacer lo que debemos para Dios.

Seguimos los pasos de Jesús cuando usamos nuestra libertad para edificar a otros en lugar de satisfacer nuestros intereses personales.

De: Poh Fang Chia