Vestido con su mono a rayas, Santiago cruzó el húmedo gimnasio de la cárcel y se metió en la piscina portátil donde el capellán de la prisión lo bautizó. Pero su gozo se multiplicó cuando se enteró de que su hija, también reclusa, se había bautizado el mismo día… ¡en la misma agua! Cuando se dieron cuenta de lo que había sucedido, incluso el personal se emocionó.
La Escritura describe otro encuentro en la prisión —esta vez, con un carcelero—, donde el amor de Jesús transformó a toda una familia. Después de que un «gran terremoto» sacudiera toda la prisión, «las puertas se abrieron», pero Pablo y Silas no huyeron (Hechos 16:26-28). El carcelero, lleno de gratitud al ver que no habían escapado, los llevó a su casa y les hizo una pregunta transformadora: «¿qué debo hacer para ser salvo?» (v. 30).
«Cree en el Señor Jesucristo», le respondieron, «tú y tu casa» (v. 31). La respuesta revela el deseo de Dios de derramar misericordia no solo sobre individuos, sino sobre familias enteras. Al encontrarse con el amor de Dios, todos creyeron en el Señor: el carcelero y toda su casa (v. 34). Aunque a menudo estamos ansiosos por la salvación de nuestros seres queridos, podemos confiar en que Dios los ama aún más que nosotros. Él desea renovarnos a todos, a toda nuestra casa.
De: Winn Collier