Dos hermanas de la India nacieron ciegas. Su padre era muy trabajador, pero jamás podría costear la cirugía que podía sanarlas. Un día, en una misión médica, un equipo de médicos llegó a la región. La mañana después de la cirugía, las niñas estaban felices mientras la enfermera les sacaba las vendas. Una exclamó: «¡Madre, puedo ver! ¡Puedo ver!».

Un hombre que había sido cojo de nacimiento estaba sentado junto a la puerta del templo, mendigando dinero. Pedro le dijo que no tenía monedas, pero que tenía algo mejor. Le dijo: «En el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda» (Hechos 3:6). El hombre «saltando, se puso en pie y anduvo; y entró […] andando, y saltando, y alabando a Dios» (v. 8).

Las hermanas y el hombre apreciaban sus ojos y sus piernas más que aquellos que nunca fueron ciegos o cojos. Las niñas no podían dejar de pestañear asombradas y agradecidas, y el hombre no paraba de saltar.

Considera tus propias capacidades naturales. ¿Cómo podrías disfrutar más de estas cosas si hubieras recibido una sanidad milagrosa? Ahora, considera lo siguiente: Si crees en Jesús, Él te sanó espiritualmente; te rescató de tus pecados.

Demos gracias a Aquel que nos hizo y nos salvó, y dediquémosle todo lo que nos dio.

De: Mike Wittmer