Santiago realizó un audaz viaje de 2.000 kilómetros por la costa oeste de Estados Unidos en bicicleta. Un amigo mío se encontró con el ambicioso ciclista a unos 1.500 kilómetros de donde había empezado. Como se enteró de que le habían robado el equipo de campamento, le ofreció su manta y un suéter, pero Santiago no lo quiso. Dijo que, a medida que iba avanzando hacia el sur y a un clima más templado, tenía que empezar a deshacerse de cosas. Y cuanto más se acercaba a su destino, más cansado estaba, así que tenía que reducir el peso que llevaba.
La idea de Santiago refleja lo que el escritor de Hebreos nos insta a hacer. A medida que continuamos nuestro viaje en la vida, tenemos que despojarnos «de todo peso y del pecado que nos asedia» (12:1). Para seguir adelante, debemos viajar con poco equipaje.
Como creyentes en Jesús, esta carrera requiere «perseverancia» (v. 1). Y una de las maneras de garantizar que sigamos avanzando es librarnos del peso de la falta de perdón, la mezquindad y otros pecados.
Sin la ayuda de Jesús, no podemos viajar livianos y correr bien la carrera. Que podamos mirar al «autor y consumador de la fe», para que nuestro «ánimo no se canse hasta desmayar» (vv. 2-3).