Durante unas vacaciones, mi esposo y yo caminábamos por la playa y notamos un espacio grande de arena rodeado de una cerca. Un joven explicó que trabajaba con un equipo de voluntarios para proteger los huevos en los nidos de las tortugas marinas. Cuando las crías salían de su nido, la presencia de los animales y de las personas amenazaba y disminuía su chance de sobrevivir. Dijo: «Por más que nos esforzamos mucho, los científicos estiman que una de cinco mil crías llega a la adultez». No obstante, estos números sombríos no desalentaban a aquel joven. Su pasión por servir desinteresadamente a esas crías profundizó mi deseo de respetar y proteger las tortugas marinas. Ahora, llevo un colgante con una tortuga marina para tener en mente mi responsabilidad de cuidar las criaturas que ha hecho Dios.

Cuando Dios creó el mundo, proveyó un hábitat en el cual cada criatura pudiera vivir y desarrollarse (Génesis 1:20-25). Cuando creó a los portadores de su imagen, los seres humanos, su intención fue que «[señoreáramos] en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra» (v. 26). El Señor nos ayuda a servirle como mayordomos responsables a quienes Él ha dado la autoridad para cuidar su vasta creación.

De: Xochitl Dixon