Finalmente llegó el día… el día en que me di cuenta de que mi padre no era indestructible. De niño, yo sabía de su fuerza y determinación. Pero, cuando me convertí en adulto, él se lesionó la espalda y tomé conciencia de que mi papá era mortal. Me quedé con mis padres para ayudarlo a ir al baño, vestirse e incluso llevar un vaso de agua a su boca. Para él, era humillante. Al principio, intentó realizar pequeñas tareas, pero admitió: «No puedo hacer nada sin tu ayuda». Por fin, se recuperó, pero aquella experiencia nos enseñó a ambos una importante lección: nos necesitamos unos a otros.

Y, aunque nos necesitamos unos a otros, necesitamos a Jesús todavía más. En Juan 15, la imagen de la vid y los pámpanos sigue siendo una simbología a la que nos aferramos. Sin embargo, una de las frases, aunque es consoladora, también puede sacudir la dependencia en uno mismo. El pensamiento que puede deslizarse fácilmente en nuestra mente es: no necesito ayuda. Jesús es claro: «separados de mí nada podéis hacer» (v. 5). Cristo está hablando de dar fruto, como «amor, gozo, paz» (Gálatas 5:22); características esenciales de un discípulo. Dar fruto es la vida a la que el Señor nos llama; y nuestra dependencia total de Él produce una vida fructífera, vivida para la gloria del Padre (Juan 15:8).

De: James Banks