Imagina un gran roble lo suficientemente pequeño como para colocarlo en la mesa de una cocina. Así es el bonsái: un hermoso árbol de adorno, versión en miniatura del que encuentras en los campos. No hay diferencia genética entre ambos. Simplemente, una maceta poco profunda, la poda y el corte de sus raíces reducen el crecimiento para que la planta permanezca pequeña.
Mientras que los bonsáis son plantas hermosas para adornar, también ilustran el poder del control. Es verdad que podemos manipular su crecimiento, ya que los árboles responden a su medioambiente, pero Dios es, en definitiva, quien hace que las cosas crezcan.
Dios le dijo al profeta Ezequiel: «yo el Señor abatí el árbol sublime, levanté el árbol bajo» (Ezequiel 17:24). Así predecía acontecimientos futuros cuando «desarraigaría» a la nación de Israel al permitir que los babilonios la invadieran. Sin embargo, en el futuro, plantaría en Israel un nuevo árbol que daría fruto, en cuyas ramas encontrarían refugio «todas las aves de toda especie» (v. 23). Aunque todo pareciera fuera de control, Él seguía a cargo de todo.
El mundo nos dice que nos esforcemos para controlar nuestras circunstancias, pero la paz verdadera y los logros se alcanzan al cederle el control al Único que puede hacer crecer los árboles.