«Oí las campanas en Navidad», basado en un poema de Henry W. Longfellow, es un villancico inusual. En lugar del gozo de la esperada Navidad, la letra es un lamento que clama: «Y desesperado incliné mi cabeza / No hay paz en la tierra, dije. / Porque el odio es fuerte y se burla de la canción / de en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres». Sin embargo, este lamento se convierte en esperanza, asegurándonos que «Dios no está muerto ni dormido. / El mal fracasará, el bien prevalecerá / con paz en la tierra, buena voluntad para con los hombres» (trad. lit.).
El patrón de la esperanza que brota del lamento también se encuentra en los salmos de lamentación de la Biblia. Como tal, el Salmo 43 comienza con el clamor del salmista por el ataque de sus enemigos (v. 1) y su Dios que parece haberlo desechado (v. 2). Pero el cantor no permanece en el lamento, sino que eleva su mirada al Dios a quien no entiende por completo pero en el que sigue confiando, y entona: «¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de ¿mi? Espera en Dios; porque aún él de alabarle, Salvación mía y Dios mío» (v. 5).
La vida está llena de razones para lamentarse, pero si permitimos que ese lamento nos señale hacia el Dios de la esperanza, cantaremos alegres, aun entre lágrimas.
De: Bill Crowder