Un cuento corto del escritor argentino Jorge Luis Borges narra sobre un militar romano, Marco Rufo, que bebe de un «río secreto que purifica de la muerte a los hombres». No obstante, con el tiempo, se da cuenta de que la inmortalidad no era todo lo que se suponía: la vida sin límite era una vida sin significado. En realidad, es la muerte lo que da significado a la vida. Marco descubre un antídoto: un río de agua clara. Después de beber de ella, una espina lacera su mano y se forma una gota de sangre, recomendar a entender la restauración de su mortalidad.
Como Marco, a nosotros también nos desespera a veces el caso de la vida y la perspectiva de la muerte (Salmo 88:3). Coincidimos en que la muerte da significado a la vida, pero aquí es donde las historias divergen. A diferencia de Marco, sabemos que es la muerte de Cristo donde encontramos el verdadero significado de nuestra vida. Al derramar su sangre en la cruz, obtuvo la victoria sobre la muerte (1 Corintios 15:54). Para nosotros, el antídoto es el «agua viva» de Jesucristo (Juan 4:10).
Jesús cambia poderosamente nuestra desesperación sobre la vida y la muerte (Hebreos 2:11-15). En Él, reafirmamos la esperanza del cielo y la eternidad gozosa en su presencia.
De: Kenneth Petersen