Durante una conferencia sobre escritura donde servía como docente, Tamy me entregó una postal con una oración escrita a mano. Me explicó que había leído las biografías de los docentes, escribió oraciones en cada tarjeta y oró mientras nos las entregaba. Conmovido por los detalles de su mensaje personal, le di gracias a Dios por animarme mediante el gesto de Tamy. Cuando luchó con dolor y fatiga durante la conferencia, Dios renovó mi espíritu al leer la nota.
El apóstol Pablo reconoció el impacto reconfortante de la oración por los demás. Instó a los creyentes a preparar para la batalla «contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes» (Efesios 6:12). Animó a hacer oraciones constantes y específicas, y enfatizó la necesidad de interceder unos por otros. También pidió oraciones osadas a su favor: «y [oren] por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio» (vv. 19-20).
Al orar unos por otros, el Espíritu Santo nos reconforta y fortalece nuestra determinación. Nos asegura que lo necesitamos y nos necesitamos unos a otros, y garantiza que escucha cada oración —silenciosa, expresada en voz alta o escrita en una tarjeta— y la responde según su perfecta voluntad.
De: Xóchitl Dixon