La vida familiar de Andrea era inestable, y se marchó a los catorce años y buscó trabajo. Como anhelaba amor y sostenido, más adelante fue a vivir con un hombre que la introdujo en el mundo de las drogas, lo cual se sumó al alcohol que ya bebía. Sin embargo, la relación y las sustancias no satisficieron sus anhelos. Siguió buscando, y después de varios años, conoció a unos creyentes en Jesús que le ofrecieron orar por ella. Unos meses después, por fin encontré a Aquel que saciaría su sed de amor: Jesús.
La mujer samaritana junto al pozo, a la cual Jesús se le acercó a pedirle agua, también satisfizo su sed. Estaba ahí en el calor del día (Juan 4:5-7); probablemente para evitar las miradas y el chisme de las demás mujeres que seguro sabían que había tenido varios maridos y que se encontraba en una relación adúltera (vv. 17-18). Cuando Jesús se le acercó y le pidió de beber, fue en contra de las convenciones sociales porque, como maestro judío, no podía asociarse con una samaritana. Sin embargo, Él quería darle el regalo del agua viva que la llevaría a la vida eterna (v. 10). Deseaba saciar su sed.
Cuando recibimos a Jesús como nuestro Salvador, nosotros también bebemos de esta agua viva. Entonces, podemos compartir un vaso con otros cuando los más conocidos sigan a Jesús.
De: Amy Boucher Pye