Resulta que, como lo afirman los expertos, la separación y el divorcio son de las experiencias más dolorosas y traumáticas que puede enfrentar una familia.
Lo es para la pareja, porque de esta forma ven suspendidos temporalmente o concluidos definitivamente, muchos de sus sueños y proyectos que abrazaron en el momento de establecer su vinculación conyugal. Pero lo es también, y de manera muy especial, para los hijos, quienes, sin importar su edad, serán afectados por la decisión de ruptura que adoptan sus padres, sin que puedan hacer mayor cosa más que protestar por algo que, casi siempre, no desean y les llena de incertidumbre y temor.
La separación y divorcio en algunas parejas puede ser el resultado de un extenso recorrido de eventos conflictivos, de situaciones de estrés prolongadas y de deterioros crónicos de la relación. Pero puede también sobrevenirse por una decisión precipitada, como una medida a la que se recurre sin haber intentado agotar otras opciones para resolver las dificultades y procurar acuerdos plausibles.
La decisión de separación y sobre todo de divorcio, por sus efectos lesivos en la estructura y dinámica familiar, no debería tomarse con ligereza y bajo estados emocionales de inestabilidad. Se recomienda que la pareja se someta primero a un proceso de asesoría y acompañamiento profesional que les permita valorar las posibilidades de superar los problemas y reencontrarse dentro del vínculo conyugal. Por supuesto que es indispensable que ambos miembros de la pareja deseen someterse a este proceso, porque se requiere voluntad y disposición de los dos para salir adelante.
Por otro lado, los procesos de disolución o ruptura matrimonial pueden llegar a alcanzar niveles de conflicto y confrontación con consecuencias y daños muy severos y perjudiciales para los cónyuges y sus hijos. Muchas parejas no logran entender que entre más lesiones emocionales se provoquen entre ellos durante el proceso de separación, mayores serán los resentimientos y las distancias que quedarán entre ambos luego del divorcio, con las naturales e inevitables repercusiones en sus hijos.
Es muy doloroso observar que dos personas que una vez decidieron unir sus vidas en un proyecto común, que comparten hijos y que les vinculaba un sentimiento de amor, terminen haciéndose daño, sin poderse ni siquiera acercar para conversar acerca de sus hijos y recurriendo a estrados judiciales sometidos en disputas agotadoras y despiadadas por bienes materiales o por la custodia y crianza de los menores. Verdaderas batallas campales las que deben enfrentar las familias que prefieren el conflicto al arreglo armonioso.
Sin embargo, también hay parejas que optan por separaciones más cuidadosas y «amigables». No es que éstas estén desprovistas de dificultades y afectaciones, pero se caracterizan por un propósito en ambos de causar la menor cantidad de daño posible, tanto en ellos como en sus hijos.
Este tipo de parejas sí logran entender que, aunque lamentablemente debieron terminar con su relación, pueden quedar lo suficientemente dispuestos y abiertos para mantener una comunicación adecuada y saludable en beneficio de sus hijos. Son muchos los aspectos que deberán seguir coordinando para atender las necesidades físicas, materiales, de salud, escolares, emocionales y afectivas de los menores, y ésta es suficiente razón para lograr un entendimiento armonioso en beneficio de todos.
Las parejas podrán divorciarse entre ellos, pero deben tener conciencia de que no se deben, por esa razón, divorciar también de sus hijos. Al contrario, aún estando separados sus padres, los hijos siempre van a necesitar a ambos progenitores. La maternidad y la paternidad son fundamentales en el proceso de cuido, crianza y educación de los hijos, y ambos padres deben ponerse de acuerdo y coordinar tiempo, responsabilidades, atenciones y presencia afectiva para cubrir los requerimientos y posibilitar el mayor bienestar de sus hijos.
Efectos del divorcio en los hijos
Temor
Con el divorcio de sus padres, uno de los primeros sentimientos que padecen los menores es el temor. Los hijos encuentran en la familia un lugar de estabilidad y permanencia. La disolución del matrimonio de sus progenitores, y sobre todo la ausencia física de uno de los dos, les provoca incertidumbre y miedo. Un temor relacionado con la posibilidad de no verlo más, de no tenerlo a su lado en los momentos en que le necesite, en perder su amor, en que encuentre otra familia y otros hijos… Un temor a lo desconocido e inesperado, ya que sienten que su andamio y soporte principales se desplomaron con el divorcio de sus padres.
Soledad
Los menores también pueden experimentar un sentimiento de soledad. Muchos pueden aislarse y expresar su deseo de estar solos, de no querer salir ni acudir a actividades sociales o familiares. Pueden alterar sus comportamientos, enfocándose más hacia sí mismos, o, en algunos casos, procurando llamar la atención buscando llenar vacíos emocionales y afectivos.
Impotencia
Es habitual encontrar en niños y adolescentes que están transitando por el divorcio de sus padres, también algunos sentimientos de impotencia. Quisieran hacer algo por unir a sus padres, porque puedan estar todos juntos de nuevo en el hogar, pero al escuchar a sus padres cada vez más distantes y encaminados en sus nuevas vidas, se frustran, se molestan y se deprimen.
Culpabilidad
Además, los llamados «hijos del divorcio», suelen experimentar culpabilidad, porque se cuestionan si la separación o ruptura de la relación de sus padres se debió a algún factor que tuvo que ver con ellos. Muchas veces, en medio de la deteriorada relación conyugal, la pareja discute y se confronta sobre todo tipo de temas, incluyendo aspectos relacionados con los hijos. Es por este motivo, que muchos de ellos pueden creer que, dentro de las razones de la separación, se encuentran aquellas derivadas del cuido y la crianza de los menores.
Tristeza
Estos niños y adolescentes también tendrán sentimientos muy recurrentes de tristeza. En efecto, la separación y divorcio de sus padres se observará, en la mayoría de los casos, como un fracaso familiar. Los hijos no desean ver a sus padres separados y quisieran no tener que «dividir su corazón», porque no quieren lastimar ni a uno ni a otro. Esa frustración por no poder compartir con ambos padres a la vez, por no ser «desleales» a ninguno, termina por agobiarlos, llenarlos de estrés, de ansiedad y por entristecerlos.
Cuidar el corazón de los hijos durante los procesos de divorcio
Los padres deben procurar en todo momento, en sus disputas de divorcio, cuidar el corazón de sus hijos. Esto implica, en primer lugar, no hablar mal de su ex pareja, enfrente de sus hijos. Comunicarse directamente entre ellos para resolver y acordar aspectos relacionados con los hijos y con asuntos pendientes de la familia. Nunca utilizar a los menores como «recaderos» o «informantes». Mucho menos procurar herirse usando a los hijos para que se enfrenten a alguno de los padres.
Los hijos que enfrentan el divorcio de sus padres deberán ser cubiertos y acogidos con mucho amor, comprensión, paciencia y acompañamiento cercano por parte de ambos progenitores. Vigilar muy bien sus eventuales cambios de ánimo y conducta, y recurrir a la ayuda y guía profesional si fuese necesaria. Ambos padres deben saber que el hijo necesita el cuidado y amor de los dos, y que el interés de los hijos está por encima de sus diferencias y conflictos de pareja.
Salvo casos muy especiales de violencia y de confrontaciones prolongadas y continuas insuperables, la separación y el divorcio se deben evitar siempre, debido a los daños familiares devastadores que provocan. Pero si, pese a los esfuerzos y al trabajo, resultara inevitable, la familia debe encontrar una resolución lo más saludable y armoniosa posible, procurando el mayor bienestar de todos los miembros, y en especial, por el de los más vulnerables: los hijos.