Cuando el nuevo coronavirus avanzaba por el planeta, los expertos en salud aconsejaron mantener distancia física entre las personas para frenar el contagio. Muchos países pidieron a sus ciudadanos que se quedaran en sus casas. Al igual que otros, participé en reuniones de la iglesia a través de plataformas digitales. En todo el mundo, practicamos nuevas formas de estar juntos, a pesar de la desconexión física.
Internet no es lo único que nos permite mantener un sentido de conexión. Nos conectamos como miembros del cuerpo de Cristo a través del Espíritu. Pablo expresó esta idea hace siglos en su carta a los colosenses. Aunque él mismo no había fundado esa iglesia, se interesaba por ellos y por su fe. Y aunque no podía estar allí en persona, les recordó que estaba con ellos «en espíritu» (Colosenses 2:5).
No siempre podemos estar con nuestros seres queridos, y la tecnología puede ayudar a cerrar la brecha. Sin embargo, cualquier forma de conexión virtual palidece en comparación con la unidad que podemos experimentar como miembros del cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:27). Así podemos, como Pablo, regocijarnos en la fe de los demás y, a través de la oración, animarnos unos a otros a «conocer el misterio de Dios el Padre, y de Cristo» (Colosenses 2:2).
De: Kirsten Holmberg