Imagina cómo habrá sido que Aquel que hizo los cielos comenzara a vivir como un embrión y se sometiera a un vientre. Jesús, Dios mismo por naturaleza, se hizo nada (Filipenses 2:6-7). ¡Qué pensamiento sorprendente!

Piensa en su nacimiento en una pequeña aldea, entre pastores y ángeles y luces en el cielo, entre balidos de animales como su primera canción de cuna. Mira cómo crece en favor y estatura: un jovencito que deslumbra a los maestros con respuestas a preguntas difíciles; un joven que obtiene la aprobación de su Padre celestial en el Jordán, y que luego lucha en oración con el hambre en el desierto.

A continuación, mira cómo inicia su misión que cambiará el mundo; cómo sana a los enfermos, toca a los leprosos y perdona a los inmundos. Mira cómo se arrodilla en un huerto, angustiado, y lo arrestan mientras sus amigos más cercanos huyen. Mira cómo lo escupen y lo clavan a dos postes de madera, con los pecados del mundo sobre sus hombros. Pero mira, sí, mira cómo es quitada la piedra, ¡la tumba está vacía porque Él está vivo!

Mira cómo es elevado al lugar supremo (v. 9). Mira cómo su nombre llena los cielos y la tierra (vv. 10-11).

Este Hacedor de las estrellas que se volvió un puntito en una ecografía. Este, nuestro Niño de Navidad.

De: Sheridan Voysey