Pareciera que las resoluciones están hechas para romperlas. Algunas personas ponen humor a esta realidad al proponer promesas para el nuevo año que son —por así decir— realizables. Por ejemplo: saludar a los otros conductores en los semáforos; anotarse en una maratón y no correrla; dejar de posponer cosas… mañana; perderse sin que Siri nos ayude, etcétera.

Sin embargo, el concepto de un nuevo comienzo puede ser un asunto serio. El exiliado pueblo de Judá lo necesitaba desesperadamente. Dios los animó a través del profeta Ezequiel, prometiendo: «Ahora volveré la cautividad de Jacob» (Ezequiel 39:25). Pero primeramente, la nación debía volver a las bases: las instrucciones que Dios le había dado a Moisés 800 años antes. Entre ellas, celebrar el año nuevo. Un propósito destacado de esas celebraciones era recordarles el carácter de Dios y sus expectativas. A los líderes, dijo: «Dejad la violencia y la rapiña. Haced juicio y justicia» (v. 10).

La lección aplica a nosotros también. Debemos poner en práctica nuestra fe; si no, no vale nada (Santiago 2:17). Con la ayuda de Dios, que este nuevo año vivamos nuestra fe volviendo a las bases: «Amarás al Señor tu Dios», y «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 22:37-39).

De: Tim Gustafson