Mi amigo Bill comentó que Gerardo, un conocido suyo, había estado «muy lejos de Dios por mucho tiempo». Un día, Bill le explicó que Dios, en su amor, había provisto el camino para que fuéramos salvos, y Gerardo creyó en Jesús. Se arrepintió de su pecado y le entregó su vida a Cristo. Cuando Bill le preguntó cómo se sentía, le respondió mientras se secaba las lágrimas: «Lavado».
¡Qué respuesta asombrosa! Es precisamente la esencia de la salvación que se hizo posible por medio de la fe en el sacrificio de Jesús por nosotros en la cruz. En 1 Corintios 6, después de dar ejemplos de cómo la desobediencia lleva a separarse de Dios, dice: «Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús» (v. 11). «Lavados», «santificados», «justificados»: palabras que describen a los creyentes perdonados y reconciliados con Dios.
Tito 3:4-5 agrega: «Dios nuestro Salvador […] nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración». Mediante la fe en Jesús, el pecado que nos separaba de Dios es lavado y quitado. Nos convertimos en una nueva creación (2 Corintios 5:17), obtenemos acceso al cielo (Efesios 2:18) y somos limpiados (1 Juan 1:7).
De: Dave Branon