La pequeña caja rectangular era mágica. Cuando era niña, podía estar horas jugando con ella. Girando una perilla, creaba líneas horizontales en la pantalla. Giraba otra y… listo: una vertical. Cuando giraba las dos juntas, podía hacer diseños creativos en todas las direcciones. Pero lo verdaderamente mágico era cuando la ponía boca abajo, la sacudía un poco y la volvía a enderezar. La pantalla aparecía en blanco, ofreciéndome la oportunidad de crear un nuevo diseño.
El perdón de Dios actúa muy parecido a la pantalla mágica. Él borra nuestro pecado y crea para nosotros un lienzo nuevo. Aunque recordemos nuestros errores, Dios decide perdonar y olvidar. Los borró y no los tendrá más en cuenta. No nos trata según nuestras acciones pecaminosas (Salmo 103:10), sino que extiende su gracia mediante el perdón. Tenemos una pantalla limpia, y podemos ser librados de la culpa y la vergüenza por su asombroso regalo para nosotros.
El salmista nos recuerda que nuestros pecados han sido separados de nosotros como lo está el este del oeste (v. 12). ¡Es imposible llegar de uno al otro! A los ojos de Dios, nuestros pecados ya no cuelgan de nosotros como una letra escarlata o un mal dibujo. Por esta razón, nos regocijamos y agradecemos a Dios por su gracia y misericordia asombrosas.