Mi hijo Geoff salía de una tienda cuando vio un andador abandonado. Espero que nadie necesite ayuda adentro, pensó. Miró detrás del edificio y encontró a un vagabundo inconsciente sobre el pavimento. Lo levantó y le preguntó si estaba bien. «Estoy tratando de emborracharme hasta morir —le respondió—. Una tormenta rompió mi carpa y perdí todo. No quiero vivir más».

Geoff llamó a un ministerio cristiano de rehabilitación, y mientras llegaban, fue hasta su casa y le llevó su tienda de acampar. «¿Cómo te llamas?», le preguntó, y el vagabundo contestó: «Geoffrey, con ge». Mi hijo no le había mencionado su nombre ni cómo se escribía. Más tarde, me dijo: «Papá, ese hombre podría haber sido yo».

Geoff había tenido problemas de adicción, y ayudó al hombre por la bondad que él mismo había recibido de Dios. El profeta Isaías dijo al anunciar la misericordia de Dios hacia nosotros: «Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas el Señor cargó en él el pecado de todos nosotros» (Isaías 53:6).

Cristo, nuestro Salvador, no nos dejó solos, perdidos y sin esperanza, sino que decidió identificarse con nosotros y elevarnos en su amor, para que fuéramos liberados y viviéramos una vida nueva en Él. Este es el mayor regalo.

De: James Banks