Hace poco, nos mudamos a una casa nueva no muy lejos de la anterior. A pesar de la cercanía, tuvimos que cargar todas nuestras pertenencias en un transporte para cumplir con las fechas de las transacciones financieras. Entre la venta y la compra, los muebles permanecieron en el camión y nosotros nos hospedamos en un hotel. Durante ese tiempo, me sorprendió descubrir cuánto me sentí «como en casa» a pesar de haber dejado nuestro hogar físico; simplemente, porque estaba con quienes más amo: mi familia.
Durante parte de su vida, David no tuvo un hogar físico. Vivía huyendo del rey Saúl. Al ser el sucesor designado por Dios al trono, Saúl lo consideraba una amenaza y procuraba matarlo. David huyó y dormía dondequiera que hallaba refugio. Aunque tenía muchos acompañantes, su deseo más profundo era «[morar] en la casa del Señor» (Salmo 27:4 RVA-2015); disfrutar de la comunión con Él.
Jesús es nuestro compañero constante, nuestra sensación de estar «como en casa», sin importar dónde estemos. Él está con nosotros en nuestros problemas actuales, e incluso nos prepara un lugar para vivir a su lado para siempre (Juan 14:3). A pesar de los cambios e incertidumbres como ciudadanos de esta tierra, podemos morar permanentemente en comunión con Él cada día y en todas partes.
De: Kirsten Holmberg