Sin embargo, ¡cómo nos angustia muchas veces el comportamiento de nuestros hijos en la adolescencia! Alguien, hablando de su hija adolescente, me decía: «Cuando ella tenía apenas 5 años e íbamos a cruzar una calle muy transitada, no dudaba en tomarme la mano pidiendo que no la soltara. Nunca protestaba y siempre cruzábamos sin problema. ¡Pero ahora, ha cumplido 15 años! Si tenemos que cruzar la misma calle e intento tomarla de la mano, ¿qué cree que ella va a hacer?, se va a ruborizar e intentará alejarse lo más rápido posible de mi mano».
Yo un día hice la prueba con mis dos hijos. Veníamos de un partido de fútbol y en ese momento Daniel tenía 14 años. Tomé la mano de Esteban, mi hijo menor y él no objetó, intenté hacer lo mismo con Daniel, y rápidamente respondió: «¡No, papi, suéltame; yo puedo solo!». Fue entonces cuando me di cuenta que mi hijo Daniel se había convertido en un adolescente, es decir, había entrado a la etapa en donde comenzaba a soltar la mano de sus padres para escribir su propia historia.
La relación es la misma de siempre; tanto en la niñez como en la adolescencia nuestros hijos necesitan que estemos presentes. En la niñez, para darles la mano y que puedan crecer; en la adolescencia, para verlos crecer mientras sueltan nuestra mano.
Señales de cambio
¿Cómo podemos saber que nuestros hijos están entrando a la pre-adolescencia? Le doy una pista: cuando mi hijo Esteban tenía 11 años me dijo: «papi no me digas “ropita”, ni me digas “chiquitito”; dime ropa y usa mi nombre». Ese día me di cuenta que él estaba dejando de ser un niño. Había terminado el tiempo de los diminutivos, deseaba ser tratado como un joven.
Otra señal de que la época de la niñez ha terminado, es cuando se avergüenzan o se irritan de las manifestaciones de cuidado o cariño que les damos en público. No podemos acompañarlos al autobús escolar, y despedirlos con un abrazo y mucho menos con un beso. ¡Qué épocas esas, cuando nos fundíamos en un fuerte abrazo! Ahora escuchamos: «papi, ¿qué van a decir mis amigos si me ven?»
Por otro lado, otro indicador del comienzo de la adolescencia es que el grupo de amigos o pares asumen un rol más importante en la vida de nuestros hijos. Por ejemplo: vamos al paseo de los sábados, en el que toda la familia suele compartir y, de repente, te dice: «hoy quisiera ir con mis amigos». «¿Ya no nos quiere?», se lamenta la mamá. Sin embargo, con el tiempo uno reflexiona: Claro que nos quiere, lo que pasa es que está creciendo y ha entrado a la etapa de la desconexión. En el fondo, si este proceso de desprendimiento no se diera, nosotros como padres les seguiríamos tratando como si fueran niños, porque nos gusta que dependan de nosotros y quisiéramos detener el tiempo.
El adolescente suele buscar su propio espacio y privacidad. Antes nos llamaban para dormirlos, nos acostábamos, orábamos y estábamos un rato con ellos. De repente, usted entra al cuarto para tratar de dormirlos y él o ella lo miran y dicen: «¿Sí papi?», y cuando ven sus intenciones, se ponen firmes y dicen: «No, no papi; ¡Ya estoy grande, puedo dormir solo!». En la adolescencia los cambios hormonales hacen que la vida se vuelva intensa. Cuando ellos y ellas se enamoran, todo el mundo desaparece, y solo queda el amor. Es tiempo de estar a solas, hablar horas por teléfono, estar distraído y cambiar sus prioridades; nosotros como padres debemos estar preparados para acompañarles en la aventura de amar. Aún recuerdo cuando Daniel se enamoró por primera vez, en su corazón volaba la fantasía que despierta el enamoramiento, y fue maravilloso acompañarle en ese proceso de aprendizaje.
Padres preparados
La adolescencia es la etapa durante la cual la persona busca construir su propia identidad, apoyándose en la relación con sus padres, su familia y el medio que le rodea. Los expertos señalan que en la adolescencia, los temores serán más alarmantes, los placeres más emocionantes, los problemas más inquietantes y los fracasos más intolerables. Como padres debemos aprender a contenerlos en esta montaña rusa de cambios sin hacer que se sientan invadidos ni sobreprotegidos.
Será necesario que nos preparemos para la adolescencia de nuestros hijos y, también, preparar a nuestros hijos para vivir su propia adolescencia. En la etapa de la pubertad (que se extiende de los 10 a los 15 años) nuestros hijos experimentarán sus primeros cambios fisiológicos, morfológicos y psicológicos, nuestra tarea será informarles y educarlos sobre los cambios que vendrán antes que ocurran.
Yo tuve esta conversación con mi hijo cuando tenía 10 años: le hablé de cómo iba a experimentar cambios físicos y hormonales (el surgimiento del vello púbico, su primera eyaculación y los cambios en su voz). Además le expliqué cómo sus emociones iban a experimentar alteraciones frecuentes. Este tipo de conversaciones se deben de tener con regularidad pero con mucha naturalidad, sin forzar ni ser insistente en el tema o invadir el espacio del o la adolescente.
Luego de la pubertad, inicia la adolescencia entre los 15 y 20 años, en donde tendrán más oportunidad de tomar decisiones, esto requiere que les preparemos para ese momento. Definirán su carrera, vivirán sus primeras experiencias en el noviazgo y cada día debemos acompañarlos y aconsejarlos en aquellas elecciones que les ayudarán a definir quiénes serán en el futuro, sin imponer nuestra deseo o criterio y sin que se sientan subestimados en lo que sienten y piensan.
Si tiene hijos pequeños, reserve fuerzas y energía para la adolescencia. Si usted piensa que aquel pequeño de dos años exigió al máximo sus reservas físicas, guarde energías para esta otra etapa. Hay que llevar y traer; hay que invitar amigos, hacer más comida, ampliar el auto y en todo, amar intensamente, porque es una etapa de constantes cambios.
Llegó el momento de ser firme, pero a la vez flexible; de hablar y a la vez escuchar.